viernes, 30 de diciembre de 2011

RECICLAJE RURAL

Un somier y unas jaulas reutilizadas para el cierre de un corral.

En apenas unas décadas, el reciclado de residuos ha dado un giro de 180 grados. Seguro que se acuerdan de aquellos primeros contenedores de reciclado que, con su forma de bombona hinchada, afeaban las plazas de nuestras ciudades en los años ochenta. Por supuesto, sólo con suerte te quedaban cerca de casa, así que apenas reciclaban unos pocos afortunados que tenían los depósitos a tiro de piedra u otros –también pocos- valientes que no les importaba tomarse la molestia y darse un paseo cargados de papel y vidrio. Hoy las cosas han cambiado, y lo que antes era una práctica poco habitual, casi digna de una medalla al mérito, ahora es algo normal y corriente. Entre otras cosas porque ya hay más puntos limpios con contenedores e, incluso, algunos servicios municipales de basuras llevan a cabo la recogida selectiva en el propio portal. Además, se reciclan muchas más cosas: aceite, pilas… ¿Qué será lo próximo?

Vamos, hoy en día, el que no recicla es porque no quiere o porque no tiene sitio en casa para separar residuos, cosa bastante lógica y normal en las grandes ciudades, donde muchos se ven abocados a vivir en minipisos. ¡Y si apenas tienes espacio para tender la ropa o guardar los cacharros, como para encontrar un lugar para cuatro cubos de basura! Sin embargo, y pese a las facilidades crecientes, en España sólo reciclamos el 15% de los desperdicios, mientras en otros países europeos, como Alemania, llegan al 40%.
Un improvisado 'abrevadero' para los pollos.
Cada uno de nosotros, españolitos de a pie, generamos 547 kilos de basura al año. En términos gráficos y para que se hagan una idea, equivale a una pequeña montaña de residuos de más de media tonelada de peso. Sin embargo, yo estoy segura de que en el medio rural la montaña queda reducida a cero. Porque aquí, se lo aseguro, son un ejemplo de reciclado y se aprovecha todo. Un somier se convierte en un cierre perfecto para una finca, una garrafa de gasolina puede reutilizarse como comedero para los animales y un cartón puede tener muchas vidas: de combustible para la chimenea a salvamanteles en caso de apuro. Las gallinas se matan por el pan duro y por los restos de frutas y verduras, el gato se relame con los huesos del pollo y los cerdos… los cerdos se comen lo que sea. 

En la ciudad, todo acaba en el cubo de la basura o, con suerte, en el del reciclado. Y aún así, y aunque nos tomemos la molestia, no sabemos con certeza si  nuestros esfuerzos selectivos habrán servido para algo. Al final, muchos lo hemos pensado alguna vez, es probable que todo acabe en el mismo depósito: el de materia orgánica. Sin embargo, en el mundo rural, es bastante habitual la práctica de acumular cacharros, aparentemente inservibles, porque nunca sabes si te servirán para algo… o porque, como pasa en algunos pueblos, no hay contenedores de reciclado. Por lo tanto, ya no sabes si reutilizas porque quieres o porque no te queda otro remedio. Así, difícilmente llegaremos a las tasas germanas.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Los árboles que llegaron de Europa

Un paisaje castellano con árboles.

Los árboles son el pulmón del planeta, lo limpian de suciedad y absorben el exceso de agua. Además, sus raíces fijan el terreno y evitan la erosión. Nos dan sombra cuando hay sol, cobijo cuando llueve y fruto cuando hay hambre. Nos dan leña para el frío, son materia prima de muebles y de útiles para nuestro trabajo. Lo mismo sirven para el juego, columpiándonos en ellos o trepando por sus ramas, que para el descanso, colgando en ellos una hamaca. Y son tan hermosos de contemplar… Los poetas han evocado su belleza  –yo pienso ahora en el ciprés de Gerardo Diego y en el olmo viejo de Machado- y los biólogos han defendido hasta la extenuación su importancia vital para el planeta. ¿Y los agricultores?

Yo estoy convencida de que los hombres del campo son una pieza fundamental en el equilibrio medioambiental. Son parte interesada en su conservación, incluida la de los árboles. No en vano, campesinos y naturaleza son ‘vecinos’. Sin embargo, la vecindad genera amor, pero también roces. De hecho, en ciertas luchas medioambientales, muchos agricultores se sitúan en el extremo opuesto a los ecologistas. Por ejemplo, el lobo: para unos es un ser a cuidar; para los otros, un enemigo a exterminar. Ambas son posturas comprensibles, pero difícilmente irreconciliables.

Los plantones, antes de ser repartidos entre los agricultores.

           Y ahí, en una encrucijada similar, tenemos al árbol: un adorno precioso, que, aunque, nos dé sombra, leña y fruto, a veces puede resultar un estorbo, principalmente en las tierras de labor. Si no, ¿dónde fueron a parar aquellos árboles que tapizaban la península y por los que pasaba una ardilla desde los Pirineos a Gibraltar? Dicen que aquella historia que aprendimos en el colegio es una fábula, una leyenda urbana. De hecho, leo en internet que nunca antes había existido tanta superficie arbórea en la península como en este momento: tocamos a 150 árboles por cabeza. Lo que ocurre es que están distribuidos de otra manera, más concentrados en ciertos puntos. Vamos, que ahora las ardillas del País Vasco no se pueden ir de vacaciones a Algeciras.

Pues resulta que, les guste o no, los agricultores que reciben subvenciones de la Política Agraria Común (PAC) se van a convertir en los salvadores de nuestros árboles. En 2003, la Unión Europea estableció una serie de disposiciones en las cuales instaba a cumplir una serie de requisitos legales dirigidos a todos los estados miembros, encaminadas a la buena gestión agraria y medioambiental y de obligado cumplimiento para todos los agricultores que reciban ayudas directas. Entre ellas, plantar árboles en sus tierras de labor: árboles que no podrán utilizar para su explotación maderera ni de otro tipo, sino para crear paisaje; árboles que sí, dan sombra y belleza al entorno, pero también cobijo a los pájaros que se comen el  cereal de los campos en donde se enclavan. Una vez más, indudables ventajas medioambientales, pero, que para algunos agricultores, son irreconciliables con su trabajo y sus producciones.

           Bien es verdad, según yo he observado, que el agricultor va por libre, es independiente y no le gustan las imposiciones ni mucho menos los cambios, sobre todo, si no recibe aprovechamiento económico de ellos, sino más bien todo lo contrario: le dan guerra. Pero es normal: él será quien cuide los árboles que crearán el paisaje que todos disfrutaremos. Por otro lado, también se beneficia de unas ayudas europeas que, como en este caso, generan una serie de servidumbres.


Un almendro, una de las especies repartidas en la comarca de Benavente.

30.000 plantones en esta comarca
  
De momento, los plantones le salen gratis. Estos últimos días, ha llegado el reparto a la zona de Benavente y los Valles. Los agricultores subvencionados han recibido por cada hectárea que cultivan un árbol, prioritariamente de especies propias de la zona o que se pueden dar bien en estas latitudes (las que figuran en los Cuadenos de cada zona 2007-2013 para la forestación de tierras agrícolas): pinos piñoneros, almendros, fresnos, nogales, carvallos… En total, 30.000 ejemplares. Se pueden plantar solos o en grupos de, como máximo, 250 por parcela, siempre que se respete una superficie por cada árbol de cinco metros cuadrados. No cuentan, por razones evidentes, las plantaciones de chopos productivos ni las repoblaciones. Los pueden plantar ahora todos del tirón o, lo que al final es lo mismo, uno al año por cada cinco hectáreas durante cinco años.


           Los servicios de inspección de la PAC comprobarán si los plantones repartidos u otros parecidos lucen en los campos de labor. Así que, ahora, por si ya no tuviera poco con la remolacha y el maíz, más de uno estará devanándose los sesos pensando dónde los colocará, para que le den la menor guerra posible los árboles y los pájaros que se posan en ellos. Afortunadamente, para asustarlos, siempre nos quedarán los espantapájaros (les habla uno). Todo sea por un paisaje como los de antaño, con más árboles en los bordes de las parcelas, en las plazas de los pueblos… ¿se acuerdan? Yo sí, y me gustaba. Según me explicó una vez una técnica agraria, ésa era la pretensión de esta medida europea. Y entonces, si echamos la vista atrás, a nuestra infancia, todos veremos con mejores ojos esta imposición. Incluidos los agricultores.    

domingo, 18 de diciembre de 2011

Por algo España huele a ajo

Al plantar los ajos, hay que dejar aproximadamente un pie de distancia entre uno y otro.

Cuando era una niña, yo tenía cinco ocupaciones principales en el hogar, algunas compartidas con mis hermanos: poner la mesa y quitarla, secar los cubiertos, limpiar los espejos, los barrotes de la terraza y pelar ajos. Por supuesto, mi madre los pelaba en un santiamén, con cuchillo y una maestría propia de sus años de experiencia. Nunca le he preguntado por qué nos mandaba esta tarea que perfectamente podía hacer ella (“Vale más hacerlo que no mandarlo”). Yo creo que no era por incordiar, sino para que asumiéramos responsabilidades, por pequeñas que fueran. Yo, al contrario que ella, los pelaba a mano y con mucha torpeza. Las pielecillas blancas se me metían entre las uñas, se me pegaban como lapas a los dedos y las manos se me impregnaban de ese olor tan penetrante que a Victoria Beckham tanto le disgustaba.

      A mí no me disgusta el olor. Pero todo en su justa medida. Ya verán por qué. Les voy a contar una historia (ya es la última, se lo prometo) que ocurrió en verano de 2008. Imagínense, aunque les parezca un poco surrealista. Provincia de Cáceres, lindando ya con Salamanca, entre Las Urdes y Las Batuecas. Es pleno agosto. Un hombre llega con su furgoneta vendiendo, megáfono en lo alto, ajos de las Pedroñeras (Cuenca), como sabrán, de lo mejorcito. Mi madre no puede dejar perder esa oportunidad y compra no una ristra, sino una buena bolsa, más bien un saco pequeño. O dos, ya no me acuerdo. Para no ‘ambientar’ la habitación del hotel, dejamos los ajos en el coche. Se pueden imaginar el viajecito de vuelta: olía a sopas de ajo, a ajo arriero y a las calderas de Pepe Botero todo junto, corregido y aumentado.

Victoria, la Vampiresa.
    
  Precisamente, y mentando al diablo, cuenta una leyenda que cuando Satanás salió del Jardín del Edén después de la tentación, un ajo salió de la tierra donde puso su pie izquierdo y una cebolla donde puso su pie derecho. Puede haber una discusión sobre si son un regalo del infierno, como insinúa la leyenda, o del cielo, como pienso yo y supongo que muchos de ustedes. Porque son dos pilares básicos de nuestra cocina, aunque quizá Victoria Beckham no piense igual. Los endocrinos y los expertos en alimentación nos dicen que tenemos que comer cinco piezas de verdura o fruta al día, mucho pescado, pan y cereales… Parece que la jornada y tu estómago no van a dar de sí para tanto. ¿Y el ajo? Porque, ahora que lo pienso, si hay algo que muchos españoles comemos prácticamente todos los días sin excepción, y a veces más de una vez, es el ajo.

Cómo se plantan los ajos

Y ahora, en los meses de final de año, cuando el frío empieza a arreciar de verdad, es la época de plantarlos. Ya lo dice el refrán, ‘En San Martino, el ajo fino’. Aunque ya ha pasado esa festividad, que se celebra en el mes de noviembre, estamos a tiempo. Porque “Hasta febrero no se pierde el ajero”. En primer lugar, limpiamos la cabeza y separamos los dientes de ajo. Luego o bien los depositamos sobre el terreno, a una distancia de un pie, y ayudados con la azada echamos tierra encima, o hacemos pequeños hoyos a una profundidad de cuatro dedos y los introducimos. Para alinearlos, lo que hacen algunos labradores es tensar una cuerda larga y fina o un hilo grueso a ambos extremos de la parcela, lo que nos sirve de guía. A principios del verano, tendremos el fruto de nuestro esfuerzo, que, bien seco, se conservará todo el año.

      Tendremos buen gusto en nuestros platos y mucha salud. Es verdad que repite, aunque sólo hay que hacer un pequeño gesto para evitarlo: sacar la hebra verde que lleva en su corazón. Y es verdad que da mal olor, pero hay dos trucos: frotarse las manos con un cuchillo o lavarlas inmediatamente después de haberlo manipulado. Y, tercero, también es verdad que tenemos mucho que agradecer al Allium Sativum: favorece el buen funcionamiento del corazón, es bueno contra el reumatismo, reduce la tensión arterial y el colesterol, es buen expectorante y nos ayuda a protegernos contra la tos y los catarros. Wikipedia nos cuenta que se ha utilizado en tratamientos contra el cáncer e, incluso, en el caso de un paciente de Sida. También servía para espantar a los vampiros y, por lo visto, a Victoria Beckham. Porque es normal que España huela a ajo. Lo curioso es que se queje una ‘Chica Picante’ (‘Spice Girl’), tan picante como el ajo.

viernes, 9 de diciembre de 2011

La oveja negra de las solanáceas

Parece ser que en todas las familias hay ovejas negras, y en la de las solanáceas (plantas herbáceas o leñosas con las hojas alternas, simples y sin estípulas pertenecientes al orden Solanales), también. Junto a la imprescindible patata, el sabroso tomate, la deliciosa berenjena, el saleroso pimiento y la bella y resistente petunia, nos encontramos a otras ‘elementas’ que lo mismo nos curan que nos matan: entre ellas, tabaco, beleño, belladona,  mandrágora y estramonio.
Plantas de estramonio en un campo de maíz el pasado verano.

 
Esta última se puso de moda el pasado verano. Más bien la intentaba poner de moda el individuo que –dicen- hizo una infusión con ella y se la dio a probar a dos jóvenes en una fiesta ‘rave’ en Getafe. Los médicos y expertos no se ponen de acuerdo en si sus efectos fueron lo suficientemente potentes como para matar por sí sola a los dos chicos, o fue la combinación con otras sustancias estupefacientes lo que acabó con su vida. Lo cierto es que el bombardeo de noticias que, ingenuamente, sólo trataba de informar y alertar a los padres, probablemente despertó la curiosidad de muchos jóvenes por probar una droga natural que, como nos sugirieron hasta la saciedad, era gratis y abundaba como la mala hierba. Y nunca mejor dicho, porque el estramonio es una plaga en muchas tierras de labor de nuestro país. Cuando la luctuosa noticia saltó a la luz y fue portada de los informativos de televisión, un día me despertó de mi letargo digestivo una voz de un agricultor que, en tono más elevado de lo normal, decía: “Pero, mira, si mis campos de maíz están llenos de esta planta”.

Para muchos campesinos, el Datura Stramonium es una plaga, porque crece entre sus cultivos como la mala hierba y, además, tiene un olor repelente y hediondo. Al intentarla arrancar, marea y atontona. De hecho, el ganado, por muy hambriento que esté, no la consume. Por algo, tradicionalmente, ha servido para matar ratones. No es su único uso: las brujas la han utilizado en sus sortilegios y prácticas, para producir alucinaciones y orgasmos al aplicarse en zonas genitales, cuello y axilas (que conste que no quiero dar ideas; sois mayorcitos). Pero cuidado donde se aplica y en qué cantidad, porque es irritante y produce reacciones alérgicas. Aunque su efecto más peligroso es, según aparece en Wikipedia, que los alcaloides que contiene producen un delirio alucinatorio incontrolable de numerosas horas, cuando no la muerte. 5 gramos de las semillas, la parte más tóxica de la planta, producen el envenenamiento. 30 semillas pueden constituir una dosis letal.

Además de nuestras meigas, los chamanes americanos la fumaban en combinación con el tabaco para entrar en trance. En la cultura Mapuche se la suministraban a los niños una vez en su vida: predecían su futuro conforme al comportamiento que tenían al estar bajo sus efectos. La datura arrastra una historia de intoxicaciones colectivas que, probablemente, arranca en 1616 en Jamestown (EE UU) cuando el capitán John Smith sirvió a sus soldados una ensalada que contenía unas horas de datura, no sé si con intención o no. En Valencia, en junio de 2004, un ciudadano danés ofreció a cinco jóvenes la planta bajo la forma de un ‘líquido de brujas’. Afortunadamente llegaron a tiempo al hospital.

Todas estas historias le han hecho ganarse una reputación y muchos nombres, a cual peor. Pero, curiosamente, la hierba del diablo también tiene aplicaciones medicinales: en exudado, se utiliza para curar el dolor de oído; hervida con malva, cura las hemorroides; en emplasto, los granos y heridas; también sirve para el dolor de cintura y espalda, dolores musculares, el asma y es un buen antinflamatorio. Lo mismo ocurre con la belladona, otra planta solanácea. Su un nombre traidor procede de la costumbre de las venecianas de aplicársela para agrandar las pupilas y que así pareciera que tenían los ojos muy brillantes. Es un veneno discreto y una planta de brujerías, pero también muy útil en las operaciones oftálmicas y en el tratamiento del parkinson. 

En fin, que el sentido común me dice que lo mejor es beneficiarse de sus efectos medicinales en pequeñas dosis y siempre siguiendo el consejo de un especialista en salud. Nunca tener la tentación de cogerla en el campo, tampoco de probarla y mucho menos sembrarla en la maceta. Porque, visto lo visto, puede ser un arma de doble filo.

jueves, 24 de noviembre de 2011

¡AY, UN CASTAÑO!

Un bosque de castaños en Galicia.

Nosotros en casa solemos comer lo que ‘natura nos da’, es decir, que cuando hay manzanas nos pasamos semanas comiendo manzanas y cuando se acaban los tomates nos limitamos a suspirar por la cosecha del año siguiente. Ahora que estamos en otoño, como no cultivamos calabazas, no podemos hacer cabello de ángel (cosa que no me quita el sueño, la verdad), y como no tenemos castaño…. ¡ay, un castaño!

Lo cierto es que la meseta no es el mejor hábitat para este árbol de gran porte, noble madera y rico fruto. Hay que irse al Bierzo, a tierras gallegas y a bosques atlánticos, para disfrutar de las castañas. Y ahora es la época. Imanol Arias y Juan Echanove estuvieron acertados y, precisamente, emitieron la semana pasada el programa de Un país para comérselo dedicado a Orense. Y, por supuesto, hablaron de las castañas. El experto entrevistado, Armando Delgado López, está en contra de varearlas en el árbol. Hace falta paciencia, esperar a que caigan al suelo y comprobar que el fruto, dentro “de su oricio”, esté curado. “Ni verde, ni blanco”. No habla por hablar: tiene 81 años; de ellos, muchas décadas de experiencia recogiendo el manjar que le regalan los bosques cercanos a su casa. Son sólo tres semanas de recolección, que luego se disfrutan en solitario o en compañía, en los amagüestos, magostos, magosta, con nombres cambiantes según la región donde nos encontremos: Asturias, El Bierzo y Galicia o Cantabria.

A mí me encantaba comprárselas al castañero, al que se colocaba en la plaza de Santo Domingo con su máquina de tren de color negro. Bueno, de aquella era tan pequeña e insolvente que me las compraban mis padres. Ahora parece que los castañeros están en vías de extinción. O quizá soy yo, que ya no me fijo. Uno de los últimos que ví fue en Roma, en la esquina de la plaza de España con la Vía Condotti. Y las compramos, claro que las compramos. Lo curioso del caso, es que no era otoño, ¡era pleno agosto! También es chocante que se pusiera en la calle de la moda más ‘chic’ y las tiendas más caras, retando a los viandantes con su tentación calórica. Supongo que pensará que, como la mayoría no podemos permitirnos comprar en Gucci y Christian Dior, al menos ahogaremos nuestras penas en castañas.

De las calorías, olvidarse, porque apenas tienen. Son una bomba, pero saludable. Contienen vitaminas B3 y E, ácido fólico y antioxidante, fósforo, magnesio, calcio, potasio y hierro (vamos, si te descuidas, media tabla periódica de los elementos). Tienen propiedades anti-estrés, contra la depresión, son buenas para las madres durante el embarazo y la lactancia, favorecen el tránsito intestinal, previenen problemas cardiovasculares y son anticancerígenas. También son un buen antiinflamatorio, evitan la anemia, las varices y problemas prostáticos. Y son un buen reconstituyente y un alimento excelente para la memoria. Vamos, para qué atiborrarse de danacol y actimel  teniendo castañas (Después de esta publicidad, deberían contratarme en el Ministerio de Agricultura).

          Fuera de bromas, al ser una importante fuente de carbohidratos, fue utilizada para elaborar harinas por algunos pueblos europeos que tenían dificultad de acceso al cereal, y hoy se sigue empleando con este fin en algunos lugares. También, hasta la llegada de la patata, se utilizaba como base de muchos platos. Luego, la llegada desde América del tubérculo la desplazó. Sin embargo, en algunos lugares, como en Asturias, la siguen utilizando para el pote de castañas, el cual recomiendo encarecidamente. Hoy ha quedado más restringida a la repostería (el ‘marrón glacé’) y para rematar una comida en otoño o como compañía para animar una conversación. Y gusta, y mucho, porque oí el otro día a una productora de castañas gallega que les quitan el producto de las manos: “si se produjeran más castañas, más se comercializarían y se comerían”. No sé ustedes; yo me lo creo.

sábado, 19 de noviembre de 2011

DEPREDADOR

La gata Pincho lleva un pájaro entre sus fauces.


Seguro que alguna vez les ha picado una sarta de mosquitos y han maldecido su existencia. Una vez oí a un doctor decir que, a la hora de elegir, optan por ensañarse con las personas con la sangre más caliente. Debe de ser mi caso porque, en verano, me masacran. Y entonces sí que me hierve la sangre, la piel y la lengua dedicándoles los peores insultos. Este mismo año, después de sufrir un ataque en toda regla, llegué a desear la total extinción de la especie. Pero, luego, reflexioné: “Creo que no va a ser una buena idea: si murieran todos, quizá supondría una hecatombe terrestre, un desequilibrio medioambiental de consecuencias incalculables". Porque, pensé, “si no puede haber mundo sin abejas (esas sí me caen bien, quizá porque aprecio la miel, me parece milagroso su trabajo y nunca me han picado) –deduje- ¿podrá existir un mundo sin mosquitos y otros insectos? ¿Qué comerían algunas aves? Y si no hay aves, ¿qué comerían algunos animales, entre ellos, los gatos?”

Porque nuestra gata la goza persiguiendo ratones y pájaros. Cuando huele que hay uno a la vista, se acerca a su presa con su andar de Billie Jean y la acecha con un curioso ritual. No caza al pájaro, se lo come y asunto resuelto, sino que inicia un tira y afloja con él, lo mata poco a poco, disfruta de su agonía. Suena cruel, la verdad, y es desagradable. El mismo lindo gatito que juega contigo con sumo cuidado, dándote con la pata pero sin sacar las uñas para no herirte, se convierte en un depredador desalmado. A su escala, pero depredador.


Supongo que será parte del equilibrio natural, de la lucha por la vida. Y en uno de sus vértices está el hombre y, más en concreto, el hombre de campo. Cuando llegué a la zona rural, me chocaban ciertas costumbres, como la de matar pájaros. Los mismos pájaros con los que has convivido en la ciudad, a los que prácticamente no prestabas atención porque ni te iban ni te venían. Pero cuando profundicé, comprendí los porqués de esa reacción nada caprichosa: esos pájaros, y también los ratones, se comen el trigo, la fruta, las verduras. Y a veces al agricultor, aunque probablemente no sea plato de gusto para él, no le queda más remedio que aniquilar unos cuantos para espantar al resto, cuidar su cosecha y garantizar su propia subsistencia.

Como al zorro hambriento no le queda otra que comerse las gallinas y al lobo, que zamparse las ovejas. He necesitado muchas décadas para asimilar que el lobo, tan bello, puede hacer mucho daño al hombre. Al principio, no me convencían los cuentos de Caperucita y las cabritillas. Para mí era un animal simpático, como el del turrón, y precioso. No comprendía cómo los pastores de la montaña leonesa metían en un saco y abandonaban a su suerte a unos lobeznos en aquel episodio tan laureado del 'El hombre y la tierra', el programa de televisión de Félix Rodríguez de la Fuente. Y a mí, pese que ahora lo comprendo, aquella imagen no se me quita de la cabeza.

           ¿Es el mosquito despiadado? ¿Y el pájaro que se los come? ¿Y el gato que lo persigue como a Piolín? ¿Y el zorro? ¿Y el lobo? ¿Y el campesino que mata pájaros? No voy a responder. Supongo que es parte de la rueda de la vida, de la cadena alimenticia, una depredación justificada cuando está en juego la supervivencia del animal, cuando se defiende, tiene hambre, necesidades. No es matar por matar, sin sentido, algo en lo que muchos hombres son expertos y no están para dar lecciones al resto de animales. Quizá lo que cuento no sea políticamente correcto o, mejor dicho, ecológicamente correcto. Pero no hay que olvidar que sin ese juego de la depredación, sin ese mosquito que tiene que chuparte la sangre para que luego se lo coma el pájaro, probablemente no habría equilibrio medioambiental. Porque, estoy convencida, en este mundo todo ser es importante y tiene su sentido: del mosquito al hombre.

viernes, 11 de noviembre de 2011

LA DOMESTICACIÓN DEL TRIGO

Un agricultor siembra trigo.

Pocas cosas son más simples y a la vez tan ricas. Pocas cosas son más básicas, indispensables, en nuestra mesa. Pocas cosas huelen mejor. Se pueden decir tantas cosas del pan, que no voy a ponerme a hacer un panegírico de este alimento tan antiguo, casi como la humanidad. O, al menos, la humanidad desde el Neolítico, cuando empezó a cultivarse el trigo.

Hasta entonces, los homínidos vivían estupendamente cazando animales mastodónticos y recogiendo frutos silvestres. Pero la superficie terrestre fue ‘al merme’ por las glaciaciones. Con ello, se redujo el fértil ‘jardín del Edén’ y la caza y los frutos disponibles, y aumentó la competencia para conseguirlos. Así que no quedó más remedio que ponerse a trabajar y ganarse “el pan con el sudor de tu frente”, como queda recogido en la Biblia, libro sagrado, pero también un compendio agrícola. “El Antiguo Testamento se puede leer como si fuera una edición amplísima de The Farmer’s Weekly (El semanario del granjero)”, nos recuerda Colin Tudge en su libro Neandertales, bandidos y granjeros (2000, Colección Darwinismo Hoy, de la Editorial Crítica).

Cosecha del cereal en el Neolítico.
El autor nos recuerda que los individuos no se lanzaron a laborear la tierra por gusto, sino que se vieron forzados a ello “cuando les quitaron su paraíso”, no sé si por culpa de Eva o de Adán –eso lo digo yo, no Tudge- o, efectivamente, de los cambios climáticos y geográficos. “La agricultura del laboreo es una actividad estacional, pero en la estación en que se ha de realizar es un infierno: y el tratamiento del grano después de la cosecha, en la trilla y la molienda, es al menos tan duro como el trabajo anterior”, continúa. A estas alturas ya debéis estar cansados, de tanta lamentación y de imaginaros en tal tesitura hace 10.000 años: al sol, cortando el cereal a hoz (no había ni guadañas) y sin la ayuda de bueyes.

         Afortunadamente las cosas han ido mejorando. Ya de aquella consiguieron ‘domesticar’ la cebada y el trigo, que hasta el Neolítico crecían en estado silvestre, si bien es verdad que eran fáciles de recolectar y también de cultivar. Además, el trigo sufrió un cambio genético que lo transformó de estado silvestre a doméstico. En el trigo silvestre, el grano maduro está muy poco sujeto al tallo. Cuando los vientos lo sacuden, cae el grano y se dispersa. Primer obstáculo porque se perdía fruto. El segundo, que para no perder semilla con el trigo silvestre, tenían que ir quitándola una por una, cuando es más fácil y cómodo cortar los tallos en masa y de ellos extraer la semilla mediante la trilla u otro proceso, como podían hacer con el doméstico. Primer avance, que describe Tudge mucho mejor que yo, por lo que les recomiendo estas 89 páginas reveladoras. Para mí, al menos, lo han sido.

La máquina para limpiar trigo.
Hoy las cosas son más fáciles, con complejos enriquecedores, semillas mejoradas y potente maquinaria. Si bien es verdad que, por estos lares castellanos y leoneses hasta hace medio siglo, año arriba año abajo, seguían siendo los bueyes la fuerza motriz de las tareas agrícolas. Y hasta hace poco se utilizaba el curioso ingenio de la foto. Tradicionalmente, primero se trillaba el cereal, ayudándose de un trillo tirado por bueyes, y, después, se aprovechaban las corrientes de aire para separar la paja del grano. Luego en algunos lugares se incorporaron estas máquinas para limpiar el trigo, que evitaban la dependencia de los agentes atmosféricos: ya no había que esperar a que el viento soplase en la era. Hoy se siguen utilizando por algunos agricultores para limpiar el trigo. El mismo mecanismo que en su día separaba el grano de la paja, hoy separa el grano entero del que se parte o no está en buenas condiciones.

         Porque muchos agricultores dedican parte del terreno a producir semilla: plantan R-1 y obtienen R-2, que utilizarán en la siguiente campaña. De momento, esta campaña ya ha comenzado con optimismo, porque el cereal sigue manteniendo un buen precio (de 34 a 40 pesetas el kilo, según la variedad y según la época, ya que las lonjas marcan los precios semanalmente), aunque con poca agua, lo que entorpeció la sementera en octubre. Las polvaredas provocadas por un tempero seco hicieron poco agradable esta labor, si bien no quedaba otro remedio ante la probabilidad de que cayeran lluvias.

Espigas y pan.
 
         Normalmente, tras laborear el terreno, toca abonarlo con un abono complejo tradicional (8-15-15 o 8-24-16), aunque se están imponiendo los abonos microgranulados, que tienen la ventaja de que ahorran una labor al echarse a la vez que la semilla. Precisamente, la siembra es la siguiente tarea. La cuarta, echar herbicidas, menos en el caso de la agricultura ecológica. Conviene hacerlo lo antes posible para evitar las malas hierbas, ya que, ya lo dice el refrán, una vez que nacen es más difícil acabar con ellas. Y tocará esperar hasta febrero, más o menos, cuando hay que echar el nitrato, un producto que da más vigor a la planta. Si, además, sufre problemas de hongos e insectos, habrá que darle con fungicidas e insecticidas. En regadío, el trigo se puede regar como apoyo: sería una o dos veces en la primavera, abril o mayo.

        Ya en julio o agosto, llega la cosecha y con ella concluye uno de los ciclos agrícolas más largos: el del trigo. Afortunadamente es un cereal con buena conservación, que no pierde en el almacenaje, lo que procura a los animales comida para todo el año y a nosotros tener ese pan crujiente, calentito y oloroso, nacido tras una gestación de nueve meses, semana arriba, semana abajo. Todo un parto, como diría Tudge, con dolor.

viernes, 4 de noviembre de 2011

RURAL PERO MODERNO


Si nos fiáramos de la televisión, la imagen que tendríamos de un granjero sería muy poco atractiva: un hombre espartano, sin muchas o limitadas actividades de ocio, nada viajado, rudo y algo machista, aunque galante y en ocasiones romántico. Quizá este retrato robot podría corresponder a la realidad –y no siempre- de hace décadas. Pero hoy el hombre rural es otra cosa. Y en su aspecto externo, poco le diferencia del hombre urbano,  aunque a veces le delaten el bronceado permanente y las manos curtidas. 


La memoria es frágil, está claro. Tu familia lleva medio siglo en la ciudad y ya te sientes un urbanita de viejo cuño. Hasta entonces, tus padres vivían en el pueblo y comían de la agricultura y la ganadería. Y resulta que ahora apenas sabes lo que es un arado, no podrías distinguir un chopo de un roble ni tampoco ordeñar una vaca. Aunque exagerando, éste era hasta hace poco mi retrato y, probablemente, el de un alto porcentaje de los que en estos momentos me estáis leyendo. Hasta que llegó el éxodo rural y la población emigró en masa a las ciudades, un alto porcentaje de los españoles éramos hombres rurales. Sin embargo, ahora se han vuelto las tornas y vemos al hombre rural como algo lejano, ajeno y hasta exótico. Unos le miran con admiración, otros con curiosidad y también los hay que le miran por encima del hombro. 

Hago esta reflexión después de tragarme varios episodios de ‘Granjero busca esposa’, en un intento de hacer un análisis sociológico –a mi nivel de aficionada - y sacar algo en limpio. Pero he llegado a pocas conclusiones. La primera es que se subvierten los términos. Me explico: enciendes el televisor y te encuentras a seis hombres y a, por lo menos, sesenta mujeres. Pasado un episodio, esa proporción se reduce a un hombre por tres mujeres. Más se parece a lo que te encuentras en un bar de una ciudad, donde a ciertas edades tocamos a medio hombre por cabeza y, sólo con suerte, estará soltero. Nada que ver con el bar del pueblo, donde lo que sobran son hombres. Si bien es verdad que, en términos absolutos, en la zona rural de España hay prácticamente el mismo número de mujeres (49%) que de hombres (51%), en las franjas de edad entre los 15 y los 50 años los varones ganan por goleada. Precisamente, en la edad de ‘merecer’, casarse o arrejuntarse y formar una familia.


Hace varias décadas, las mujeres rurales tomaron las de Villadiego, se dieron el ‘piro’ y marcharon a la ciudad, huyendo de una sociedad bastante machista que las sobrecargaba de trabajo. Y lo hicieron en busca de mayores cotas de independencia y de un abanico más amplio de posibilidades académicas y laborales. Algunos hombres de su quinta siguieron el mismo camino, pero muchos se quedaron en el pueblo: el trabajo era menos duro que el de sus padres y las producciones mayores gracias a la mecanización agraria. El plan era bueno, pero se encontraron con un problema: no había chicas con las que alternar ni, mucho menos, que estuvieran dispuestas a compartir su (dura) vida (rural) y ayudarles en su tarea diaria.

          Así que, para solucionarlo, en algunos lugares del país se afanaron en organizar caravanas de mujeres. La idea surgió en 1985 entre los solteros de Plan, después de ver la emisión en Televisión Española de la película ‘Caravana de mujeres’ (1951), de William A. Wellman. No me extraña que las mujeres fueran en masa esperando encontrarse un hombre como Robert Taylor, un actor guapo y varonil como pocos. Yo me hubiera ido al desierto de Arizona o a Sierra Madre por él, Burt Lancaster o Gregory Peck. Pero no dí el paso: por lo que pude ver en las imágenes, los Robert Taylor de turno ya estaban pillados.

A mí me llegó el hombre rural en un medio urbano y de pura casualidad. Y, he de confesarlo, me resultó muy exótica y atrayente esa vida tan diferente a la mía. Nunca había prestado demasiada atención a la actividad de mis tíos, también del medio rural: los cultivos, el precio de la patata, la PAC, los jatos, etcétera… Pero, ya se sabe, te llega la tontería y encuentras interesantísimo que te hablen de las horas de riego o de cuánto mide una hectárea.

 Era un mundo ajeno y desconocido, la verdad. Pero no tanto (segunda conclusión) como para ir a recoger estiércol vestida con el modelito que me pondría para pasear por la calle Uría. Y les aseguro que alguna de las participantes de ‘Granjero busca esposa’ no apea el tacón ni para hacer la vendimia y va a la cuadra de punta en blanco. Así que yo creo que, en la mayoría de los casos, en el fondo no quieren conocer el mundo rural, ni mucho menos vivir en él. Unas buscan ganar la fama en un ‘reality’, sin importarles mucho si es ‘Granjero…’ o ‘Gran Hermano’. Otras, conocer un chico y entablar una relación, sin pararse a pensar en el cambio de vida que supondrá. Pero, aunque el programa refleje casi de soslayo cómo es la vida en el campo, al menos nos pasamos un buen rato viéndolo y escuchamos buena música. 
 

Medio urbano y medio rural parecen a primera vista mundos incompatibles, pese a que, según algunos estudios sociológicos (‘La población rural de España’, Fundación La Caixa), muchos de los actuales habitantes de los pueblos acuden cada día a la zona urbana a trabajar. El aire puro que respiran cuando llegan a casa y el cielo estrellado que contemplan les merece la pena, pese a la ‘kilometrada’ que tienen que pegarse a diario. También hay inmigrantes que encuentran allí una forma de vida. Y una población envejecida a la que, en muchos casos, parece que el reloj se le paró y que, desgraciadamente, “se enfrenta a dificultades de movilidad con recursos que suelen ser proveídos por redes familiares o informales”. Porque, dice el mismo informe, “No hay una única definición de lo rural en España”.

“La vida actual en un entorno rural no tiene nada que ver con la de unas pocas décadas atrás”. Sabias palabras, porque hay agricultores que manejan el ordenador con total soltura, esquían, andan en moto, van a clases de bailes de salón y viajan, pese a que algunos medios de comunicación a veces caigan en el error de plasmar un hombre rural retrógrado y machista. Y aunque se les distinga por las arrugas producidas por el trabajo a la intemperie, el bronceado ‘agroman’ y presenten una ‘fachada’ ruda, en el fondo son como todos. Y su calidad de vida, muchas veces, mejor que ninguna. 

sábado, 29 de octubre de 2011

¿FRESAS EN OCTUBRE?

Un cubo con fresas recogidas en octubre.

La globalización comercial ha terminado con la estacionalidad de las frutas y verduras. Hoy podemos comer naranjas en agosto, uvas en abril y fresas en octubre. Sin embargo, hay defensores del consumo de frutas de temporada producidas cerca de casa. A cambio, aseguran, comeremos un alimento de mayor calidad, más sabroso, más barato y con menor coste ambiental.  

“Naranjas en agosto y uvas en abril”. El verso de ‘Sabor de amor’, canción de Danza Invisible, describe el lujo de comer ciertas frutas fuera de temporada, comparándolo con dar un beso al amado o amada. Y yo lo recordaba como una letanía la semana pasada mientras recogía fresas, ya que, si tenemos en cuenta que estamos en octubre, constituye un placer para los sentidos. Bueno, placer el comérselas, porque recogerlas ya es otro cantar. 
La cosecha de octubre es escasa.

La mayoría de los árboles y plantas frutales dan fruto una vez al año. Entonces, el agricultor lo recolecta, lo guarda, lo vende, lo distribuye y se olvida hasta el año siguiente. Pero la planta de la fresa presenta una característica que, al menos a mí, me resulta peculiar: cuando llega su época, está dando fruto continuamente. Recorres los surcos en su busca, llenas cubos y cubos y, a los pocos días, tienes más fresas. Incluso, en algunos casos, vuelve a regalarnos una nueva cosecha fuera de temporada, a principios del otoño. Eso sí, mucho menos copiosa: mientras en verano sacabas una talega, ahora en octubre apenas llenas una fuente.

Probablemente, la misma cantidad, una fuente de 400 gramos, vendían el otro día en el supermercado de unos grandes almacenes por 3,65 euros, o lo que es lo mismo, a 9,13 euros el kilo. Si tenemos en cuenta el esfuerzo empleado para recogerlas y la escasa oferta existente en este momento, se podría considerar un precio lógico. Pero es comprensible que el consumidor se eche las manos a la cabeza si se para a pensar que las dichosas fresas le cuestan casi lo mismo que unos filetes o algunos pescados.
       Comer fresas en octubre se convierte en un lujo, como comer naranjas en agosto y uvas en abril. Sin embargo, algunos pueden o les apetece permitírselo a cambio, claro está, de pagar más. Hace unos años era ciencia ficción, pero la globalización ha terminado con la estacionalidad y ha convertido algo impensable en una realidad. Así, no hace muchos años, vi cerezas en diciembre. Costaban 18 euros el kilo y procedían del Cono Sur de América. Es una ventaja para el consumidor, un derecho cumplido, que, sin embargo, tiene su contrapartida para nuestro bolsillo y para la conservación del planeta. 

En los años noventa, el profesor Tim Lang nos empezó a hablar del concepto de ‘Food Miles’ (‘Millas por Alimento’), el total de millas que un alimento recorre desde que es producido hasta que llega a nuestra mesa. Una forma de pensar que destaca el gasto en transporte que  tanto encarece nuestra cesta de la compra, y, sobre todo, el coste ambiental que tiene para la atmósfera un consumo de combustible tan elevado. Además, a más kilómetros recorridos, más sufre el alimento y más vitaminas pierde. También puede implicar un incumplimiento de los estándares de calidad al provenir de países donde es probable que apenas existan y conllevar una dependencia de abastecimiento que, en caso de un conflicto en el lugar de producción, nos deja sin suministro. La teoría tiene detractores, sobre todo entre los productores de países menos desarrollados, que consideran que es una forma de proteccionismo y de imponer barreras comerciales por parte del primer mundo.

        Los defensores del ‘Food Miles’ sugieren consumir frutas y verduras de temporada producidas cerca de casa. En una palabra, adaptarnos a la oferta del mercado en cada momento. Si bien es verdad que hay meses, como los de final del invierno y principios de la primavera, con menos variedad, siempre hay alguna fruta a la que hincar el diente. Por ejemplo, como aparece en la tabla al final del texto (realizada a partir de los datos de una asociación de consumidores), en este momento contamos con pera, uvas, kiwi, limón, mandarina, naranja, plátano y manzanas. Así que, en el mismo supermercado, curioseé en el estante de éstas últimas.
Estamos en la temporada de la manzana.

Había una cantidad de variedades enorme: dos tipos de Golden, Royal Gala, Ambrosia, Verde Doncella, Starsky, Pink Lady, Granny Smith, Reineta… Más baratas que las fresas, pero les aseguro que mucho más caras que en la frutería del barrio o el puesto de la plaza. A mí, personalmente, pagar 1,99 o, incluso, 3,95 euros por un kilo de manzanas me parece una tomadura de pelo. Pero comprendo que el transporte, el embalaje, el prestigio de marca y el marketing tienen su coste, y que en una gran ciudad la gente no tiene tiempo para comparar precios.

Sin embargo, lo más sorprendente no es lo que cuestan, sino su procedencia. Las había de Francia, Italia y hasta Chile, si bien muchas habían sido producidas en Aragón. Y no me extrañaría que las manzanas ‘mañas’ antes de llegar a nuestra cesta de la compra se hubieran dado unas cuantas vueltas por España, de una plataforma logística a otra, con el consiguiente encarecimiento de la mercancía.

         Cada cual que saque sus conclusiones y consuma lo que quiera y cuando quiera. Yo sólo les propongo que, si tienen tiempo, miren las etiquetas y comprueben de dónde proceden la fruta y la verdura que compran. Y, sobre todo, reflexionen. Porque en el mercado de proximidad, el kilo de manzana golden no pasa del euro. Mismamente, ayer en la plaza de León se podían encontrar a 59 céntimos. Usted mismo. 



Ene.
Febrero
Marzo
Abril
Mayo
Jun.
Julio
Ago.
Sep.
Oct.
Nov.

Dic.
Plátano
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Piña
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Aguacate





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Fresa

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Cereza




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Albaricoque




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Melocotón




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Nectarina




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Melón





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Sandía





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Ciruela





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Breva





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Higo






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Pera






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Manzana
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Uva








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Kiwi
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Limón
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Mandarina
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Naranja
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